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Las reglas del juego (I)

Leo con interés inicial y con creciente hastío el código deontológico para periodistas que la cadena pública británica BBC ha hecho público recientemente a través de su portal de internet. Bajo el título "Las reglas del juego", el documento se limita a enunciar las virtudes cardinales del oficio (resumidas en "imparcialidad, precisión, transparencia, imparcialidad, independencia"), sin entrar al trapo con lo verdaderamente interesante: los conflictos que, en la práctica del periodismo, se establecen a menudo entre las diferentes obligaciones del informador.

Tomemos por ejemplo el capítulo dedicado a la imparcialidad periodística. ¿Alguien será capaz de poner en duda un enunciado tan impecable como "programas y servicios informativos deben ser justos, estar libres de prejuicios, mostrar amplitud de criterio y respetar la verdad"? Quizá alguno de los que asienten ante tan sabias palabras podrá pensarlo dos veces cuando lea el artículo, dentro del mismo documento, en el que Marcelo Risi emplea este mismo argumento para negarse a definir a los miembros de ETA como "terroristas".

"La clave está en utilizar un lenguaje neutral. Incluso el calificativo "terrorista" puede percibirse como imparcial en muchos lugares del mundo donde no hay un consenso claro sobre la legitimidad de agrupaciones políticas extremistas", dice el manual de la BBC, sin tener en cuenta que el adjetivo "terrorista" nada tiene que ver con la "legitimidad" de las causas que defienden los grupos armados. No es un calificativo moral, sino un término puramente descriptivo: define al que emplea el terror como estrategia para obtener fines políticos o de cualquier otra índole. Negar a ETA el título de "terroristas" no es imparcialidad. Es un simple eufemismo y, como tal, una distorsión de las tan apreciadas transparencia y precisión.

En ocasiones, la "imparcialidad" deja de ser un necesario objetivo del periodista y el medio de comunicación para el que trabaja y se convierte en una simple cortina de humo que se emplea para ahorrarse esfuerzos de precisión y conflictos tanto con los lectores y espectadores como con las fuentes de información. Qué duda cabe que a los conservadores les gustaría extender el término "terrorista" a toda manifestación de nacionalismo vasco, mientras que los etarras querrían ser llamados "libertadores de Euskal Herria", por lo menos. El "lenguaje neutral", en situaciones como ésta, parece más una solución de compromiso entre partes en conflicto (nadar y guardar la ropa) que un posicionamiento ético por parte del periodista.

(Continuará)

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